Dios, en su infinito amor, bondad, y misericordia, escogió revelarse a nosotros. Si Dios no hubiera revelado a si mismo, nunca habríamos sabido nada acerca de él. Hubiéramos sido condenados todos para siempre, sin saber de él, ni de su Hijo, Jesucristo, ni de la salvación que se encuentra solamente en Jesús.
Pero Dios nos ha dado una revelación. Hay dos tipos de revelación: general y específica. La revelación general está disponible a todas personas en las cosas que Dios ha hecho. Todo el mundo puede ver lo que Dios ha creado y saber que hay un Dios poderoso. Dice Romanos 1:20 que “las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas.”
La revelación general es maravillosa, y debe de motivarnos a adorar a Dios el creador. Pero la revelación general nunca ha salvado a nadie. Aunque nos enseña que Dios es poderoso y que nosotros somos pequeños, no nos enseña nada acerca de nosotros como pecadores, ni acerca de Jesús como el único Salvador del mundo. La revelación general es limitada.
Hay otro tipo de revelación: la revelación específica. Esta revelación tiene que ver con Dios, con los seres humanos, y con la relación entre Dios y los seres humanos. Dios decidió grabar su verdad para nosotros en un libro que se llama la Biblia. Se llama esta acción de Dios la inspiración.
La doctrina de la inspiración quiere decir que los autores humanos fueron llevados por el Espíritu Santo para que escribieran precisamente lo que intentó Dios (2 Pedro 1:21). Cuando escribieron Moisés, David, Pedro, Pablo, y los otros autores humanos, el Espíritu Santo les guió, aunque no siempre lo supieron ellos. Entonces sus palabras fueron las palabras perfectas de Dios. Toda la Biblia es inspirada (2 Timoteo 3:16).
Menos de 20 años después de la crucifixión, resurrección, y ascensión de Jesús, el apóstol Pablo llegó a la ciudad de Tesalónica. Pasaba allí unas semanas, enseñando el Antiguo Testamento, dando el evangelio. Dice Hechos 17:4 que muchos creyeron el evangelio. Luego escribió una carta a los creyentes en esa ciudad, y les dijo: “Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes” (1 Tesalonicenses 2:13). Respondieron al mensaje no como a una opinión humana pero como a un mensaje de Dios mismo. Así es nuestra necesidad como seres humanos en este siglo: recibir las palabras de la Biblia y reconocerlas como son en verdad, la palabra de Dios.